Nunca seré como te quiero by Alejandro Gándara

Nunca seré como te quiero by Alejandro Gándara

autor:Alejandro Gándara
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
publicado: 2013-10-24T22:00:00+00:00


11

En la tarde del día en que se fueron de clase para ir a Somo, Jacobo fue a ver a Fidel al chamizo de la Plaza del Muergo. Se había despedido de Christine a la hora de comer. Ella le había contado entonces que su madre tenía la costumbre de encerrarla en casa en cuanto se saltaba la mínima de sus reglas, reglas que para Christine tenían un propósito: el de que su madre pudiera demostrar su odio a través de ellas. No odio hacia ella, en especial, odio también a su padre y al mundo, por lo que todos ellos le habían hecho, aunque nadie supiese muy bien qué era. Por lo menos, Christine no lo sabía. Lo único que sabía es que sus padres se conocieron en París, mientras su madre pasaba un pequeño exilio familiar a cuenta de unos amores de juventud con un oficial de marina (esto se lo había contado su padre), y el padre en cuestión trabajaba como director de cuentas en una agencia de publicidad. Siendo ella todavía muy pequeña, las cosas empezaron a invertirse. El padre decidió cambiar de vida y dedicarse a pintar cuadros, y para ello le pareció que sería conveniente cambiar también de hábitos, de residencia y de país. Se fueron a vivir a Mallorca, cuna, se supone, de cierta inspiración tradicionalmente excéntrica. Allí, su madre comenzó a echar de menos, presumiblemente, al director de cuentas que había sido su marido, la vida social anterior y los orígenes santanderinos convencionales. Christine no sabía qué era lo primero que su madre había dejado de querer, si a su marido o al tipo de vida que llevaban. El caso es que la señorita romántica y sentimentalmente aventurera acabó convirtiéndose en un ama de llaves británica, y el ejecutivo parisino en un señor que iba por la vida con espardeñas y las manos manchadas de colores acrílicos. Hacía dos años y pico que su madre decidió regresar sola a Santander, vivir de algunas rentas familiares y defender a su hija de los percances congénitos. «Tú no serás nunca como tu padre», solía decirle cuando le imponía un castigo. Y «tú eres igual que tu padre», solía decirle en los momentos en que no había ni culpa ni castigo, sólo conversación.

La hora de comer formaba parte de aquellas reglas y Jacobo tuvo que hacerse a la idea de perder a Christine en mitad el día.

Por otro lado, Jacobo se había sentido inquieto mientras Christine le contaba esa historia. Quizá olfateó una especie de peligro, una amenaza desconocida y proveniente del mundo también desconocido de Christine. O quizá era todo más confuso, quizá le había obligado a él a pensar, tenebrosamente, sin intención, en sus propios padres, en aquella madre desconocida que huyó y en aquel padre, igual de desconocido, que se quedó para huir. ¿Los padres pertenecen a esa clase de gente que siempre acaba huyendo y que tiene hijos para que les vean irse?

Eulalia le abrió la puerta del chamizo. Era una mujer oscura, pequeña y arrugada, algo así como un guisante pasado con toquilla.



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